Mark Rothko, Four Darks in Red, 1958

June 26, 2019

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Mark Rothko, Four Darks in Red, 1958

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A.M. Homes: Creo que para mí, ver las pinturas de Mark Rothko fue, a falta de una mejor descripción, la primera vez que me vi reflejada en el arte.

Narrador: La novelista A. M. Homes.

A.M. Homes: También lo veo como un campo extraordinariamente comprimido, que siempre me asombra, que él sea capaz de tomar todo, desde el horror y el éxtasis, la rabia más pura y absoluta y la experiencia más maravillosa, delicada y sublime, condensarlo todo y componer algo indivisible. Cada elemento está ahí y no puedes siquiera comenzar a distinguir cuál es cuál.

Creo que él logra en sus pinturas lo que yo intento lograr en la ficción. Se trata de la expresión de las cosas que pasan desapercibidas, que quedan sin decir, sin enunciar. Y nunca he visto nada —colores, gestos, texturas— que represente una experiencia emocional tan plenamente. Eso significó muchísimo para mí.

Mi historia con Mark Rothko viene de la infancia: cuando era niña, mi padre, que es pintor, solía ir cada fin de semana a Washington a ver arte. Y cada fin de semana, yo terminaba yendo con él. Porque además de ser amante del arte, mi padre también era muy severo con los alimentos que consumíamos y que se nos permitía tener en la casa. Era, tempranamente, un verdadero fanático de los alimentos naturales. En casa no podíamos comer galletas dulces ni pastel. Y no había pastelillos como los Twinkies o los Ho Hos. Tampoco podíamos comer uvas si no eran recolectadas por trabajadores sindicalizados, ni lechuga repollada ni refrescos. Pero si ibas con mi padre a ver arte, en algún momento cedía y te llevaba a la cafetería.

Y a pesar de no permitir dulces, parecía que la cafetería lo superaba, creo que también era su gran momento, y entonces podías pedir lo que quisieras. Y en general podías escoger más de una cosa. Podías comer pastel Y TAMBIÉN gelatina, algo que era casi un sacrilegio en nuestra familia. Entonces yo iba con él, me sentaba en los museos de todo Washington y miraba arte durante horas; era una especie de educación artística casi accidental en la que me quedaba observando las pinturas sentada en una banca mientras esperaba por él. Al final resultaba ser algo increíblemente maravilloso. Descubrí a Mark Rothko entre tantos otros artistas. Y al final del día me comía un delicioso pastel. Creo que fue así, en gran parte, como me convertí en lo que soy.